viernes, 19 de diciembre de 2008

Manifestaciones de la sexualidad en la infancia

Los niños desde el día que nacen asimilan concepciones e ideas sobre la sexualidad, aspecto fundamental de la identidad humana. El hogar, inicialmente, es el lugar más significativo para experimentar sobre este tema, entonces, es necesario brindar confianza desde el inicio para que los niños, posteriores adolescentes, tengan libertad para ir explorando y conociendo acerca de si mismos con seguridad para hacer las preguntas necesarias en el futuro.

A forma de guía relataré sintéticamente las distintas temáticas acerca de la sexualidad según la edad.

Cero a los dos años: El tono de voz en que les hablamos a ellos y a sus cuerpos, la forma en que los tocamos sus distintas partes como los lavamos, y cambiamos pañales, va conformando la comunicación acerca de la sexualidad. Es normal que como parte de irse descubriendo y conociendo los menores de dos años exploren las distintas partes de sus cuerpos entre ellos los genitales.
Si como adultos nos asustamos o reprendemos por esta curiosidad, ya estamos dando un mensaje que implica que lo ligado al cuerpo y la sexualidad es algo malo.

Tres a cinco años: En esta etapa los niños ya logran identificar que los hombres y las mujeres tenemos distintos órganos sexuales. Siempre es muy necesario decir las cosas por su nombre, todas las partes del cuerpo tiene un nombre específico así como hablamos de las piernas, los codos, las manos, también es lógico hablar de pene, vagina, senos.
En esta etapa también surgen las dudas y preguntas acerca de donde venimos. Los niños pequeños tienen curiosidad sobre los cuerpos de sus padres y de otros niños. Pueden jugar al “doctor” para mirarse los órganos sexuales. Esta es una forma muy común que utilizan los niños para averiguar sobre las diferencias de sexos y explorar sobre su sexualidad.
Muchos niños tocan sus órganos sexuales para sentir placer. La masturbación es muy común durante esta etapa. Es importante no reprimir esta acción y tomarlo como algo natural, pero enseñarles que se debe hacer en privado.

De cinco a siete años: En este período los niños están empezando a descubrir su propia feminidad o masculinidad, puede ser que sólo quieran estar con personas de su mismo sexo. Por eso es muy común que digan que odian a los niños del sexo opuesto.
Durante el comienzo de la educación básica y por el mayor acceso a los medios de comunicación comienzan a introducirse temas como el SIDA, la violación, y el abuso de niños. Es necesario irles explicando en la medida que van preguntando.

Los pre-adolescentes, aproximadamente entre, ocho a doce años: Aquí es necesario conversar sobre la menstruación, las poluciones nocturnas y otros dudas o curiosidades que traigan los púberes. Los pre-adolescentes se preocupan mucho si son “normales.” Los varones por el tamaño de su pene, las niñas por volumen de sus senos. Es frecuente que se miren y toquen sus órganos sexuales. Esto lo hacen con amigos de los dos sexos. Esta clase de juego sexual no hace que un niño(a) sea homosexual o heterosexual es parte del proceso de desarrollo.
La mayoría de los niños de 12 años ya están listos para saber acerca del sexo y la reproducción.

Necesitan informarse sobre las relaciones sexuales y sociales, saber acerca de las infecciones transmitidas sexualmente, los métodos anticonceptivos, y las consecuencias del embarazo durante la adolescencia y como todo esto puede traer importantes consecuencias para su futuro.
Espero esto pueda orientar acerca de las distintas necesidades según cada etapa, sin embargo, es fundamental: siempre estar muy alerta a lo que cada hijo va requiriendo en ese momento, ésta es, sencillamente, una guía que no sustituyen ir construyendo la relación y comunicación de manera constante y contactada con los hijos.

Por Viviana Sosman, psicóloga de la Universidad Diego Portales, especialista en adolescentes.

Los peligros de Internet

Me gustaría ilustrar la siguiente escena:

Gonzalo, está con música fuerte en la pieza. El papá golpea la puerta una vez.
Papá: Gonzalo, teléfono. Gonzalo, no contesta……..
Papá: Gonzalo ¿no escuchaste?, teléfono.
Gonzalo: …………..ya va, papá.
Papá: Gonzalo ¿te pasa algo?, te llaman por teléfono.
Gonzalo: ………… ya voy.
El papá se preocupa y abre la puerta. Al entrar observa y se sorprende de ver como su hijo está como atontado, casi inmovilizado viendo una escena sexual de un hombre con dos mujeres. Gonzalo tiene una excitación evidente que no le permite pararse para ir a atender el teléfono.
Papá: ¿qué estás haciendo? ¿metido en Internet en vez de estudiar? Ahora mismo saco Internet de esta casa (en tono exaltado).

Esto les puede pasar a muchos padres de adolescentes que saben que las nuevas tecnologías cibernéticas pueden ser una puerta abierta por la que sus hijos pueden acceder a informaciones útiles y valiosas, pero también a universos que no son los más recomendables para una persona que se encuentra muy vulnerable y que está plena en formación de su identidad. Ahora bien la solución del ejemplo resulta muy abrupta e impulsiva pues ésta no pasa por poner a la web como el enemigo y borrarlo del mapa.

Hoy cada vez más, veo en la consulta como el espacio virtual puede constituirse en una herramienta adictiva, lo que no siempre es correctamente dimensionado ni por los padres ni por los adolescentes. El peligro de Internet es cómo brinda la posibilidad tan fácil y rápida de ser otro con sólo desearlo.

La pornografía constituye una forma de sustituir la sexualidad incipiente y real con un otro con el que me siento expuesto y vulnerable, por una experiencia aparentemente menos riesgosa que me permite ser un observador “privilegiado” Tomar imaginariamente el lugar del hombre experimentado y audaz con las fantasías omnipotente de que eso es lo que las mujeres quieren y valoran.

Ahora bien, no se trata de estigmatizar ni juzgar precipitadamente a los adolescentes y a los jóvenes que utilizan el espacio cibernético, el tema es ver para qué lo utilizan y cuánto tiempo.
Es necesario conocer -en conjunto con los adolescentes-, el uso de las nuevas tecnologías para evitar un mayor distanciamiento generacional. Establecer un canal de diálogo con ellos para tratar de comprender su forma de comunicación con sus pares, pero advertir a los hijos sobre el riesgo de exponerse en Internet y a través de otros medios.

Es importante limitar el tiempo de uso de la computadora, enfrentar a los adolescentes a situaciones reales, fomentar que se junten con amigos y /o realicen actividades con otros para evitar que la pantalla supla la vida real.

El desafío es transmitir a los hijos la aventura que implica ir conociendo poco a los demás y a uno mismo de manera vulnerable y honesta, con todas las herramientas que hoy disponemos. Si tengo relaciones sexuales por Internet me estoy perdiendo la tremenda posibilidad de aprender y crecer de la interacción con otro, mutilo mis posibilidades.

Por Viviana Sosman, psicóloga de la Universidad Diego Portales, especialista en adolescentes.

Qué difícil es hablar de sexualidad, ¿qué hacer?

La sexualidad está presente desde el nacimiento y es un tema que no debe obviarse en las conversaciones, aunque cueste.
La educación afectiva y sexual no es una tarea programada, se va produciendo a medida que los hijos crecen. El hablar de sexualidad debe responder a las necesidades de los hijos, no a las de los padres.
Es importante hacerlo progresivamente, comunicarse acerca de estos temas con naturalidad al ritmo que los adolescentes necesiten, apoyarse en ejemplos: libros, revistas. Otras veces, simplemente aprovechar las oportunidades tal como se presentan: a causa de un comentario, a raíz de una película o programa de TV. Así se puede aprovechar la ocasión para hablar de la sexualidad como algo cotidiano.
Aquí un ejemplo: Susana, evita conversaciones con su madre y no sabe por qué le irrita la interacción con esta. “Ella como quien no quiere la cosa, me hace cada vez más preguntas sobre mi pololo, cuánto lo veo, qué hago con él, si nos juntamos solos o con otros amigos”, comenta.
En el trabajo terapéutico, descubrimos que lo que no le gustaba a Susana era sentirse presionada a comentar sobre su vida, como sometida a un interrogatorio. “No es que yo no quiera hablar de estos temas con mi mamá, incluso quizás me aliviaría que ella me preguntara directamente si tengo relaciones sexuales con mi pololo y me llevara al ginecólogo", agrega.
En la comunicación acerca de la sexualidad se requiere mucha delicadeza, porque los jóvenes necesitan hablar de ella, pero no sentirse invadidos. Es importante fomentar la responsabilidad bien informada, es decir, ayudar a los adolescentes a desarrollarse como personas capaces de tomar decisiones razonables, por medio del diálogo y el conocimiento.
Imaginemos un río en el que los padres están en una orilla y los hijos en otra, intentando hablar, pero sin poder hacerlo a causa de la distancia. Inventemos, también, que hay un puente entre las dos orillas. En general deben ser los padres los que tienen que dar el primer paso para cruzar. Recordar cómo se sentían cuando eran adolescente: con miedos, angustias, deseos. La necesidad de recibir información puede ayudar a cruzar el río empáticamente.
También genera un clima de confianza revelar experiencias propias. Los padres pueden contar sus vivencias sentimentales y sexuales, siempre adecuando la conversación a lo que los hijos puedan escuchar.
Si se crea un clima de tranquilidad y credibilidad, los hijos irán preguntando sus dudas y podrán aclarando temas y profundizando en la educación sexual. Esto permitirá no dedicar un día exactamente a hablar de sexo, sino considerar este tema como normal y sobre el que se puede hablar en cualquier momento que sea necesario.

Prevención para una sexualidad sana

La educación afectiva y sexual puede ser una oportunidad de conversar sobre los temas de interés de los adolescentes, una ventana para dialogar, no la sola entrega de información.

Los adolescentes necesitan padres que les dejen espacio suficiente para crecer, que les permitan hacerlo a su propio ritmo y estén cerca, sin agobiar.

Como hemos hablado en columnas anteriores, la educación afectiva y sexual es fundamentalmente un proceso basado en el día a día, comunicarse acerca de estos temas con naturalidad al ritmo que los adolescentes necesiten. Apoyarse en ejemplos: libros, revistas, videos; otras veces, simplemente aprovechar las oportunidades tal como se presentan a causa de un comentario, a raíz de una película o programa de TV. Así se puede aprovechar la ocasión para hablar de la sexualidad como algo cotidiano.

La investigación de la sexualidad, forma parte del desarrollo normal del adolescente, de su bagaje de experiencias y de su progresiva construcción de un mundo adulto.

Evidentemente, estas relaciones pueden ser vividas con inquietud por padres y madres que temen fundamentalmente por la posibilidad de que sus hijos o hijas sufran experiencias físicas o emocionales que influyan negativamente en su vida personal y familiar. El temor es muy válido, pero la vacuna no consiste en intentar aplazar o evitar las relaciones sexuales. El asunto pasa por favorecer que, cuando éstas se produzcan, los adolescentes dispongan de criterios y orientaciones suficientes para incorporar armónicamente la experiencia sexual a su mundo personal.

Para un número importante de adolescentes, la practica sexual, no revierte en satisfacción, sino que genera insatisfacción y angustia. Se sienten muy culpables y con la sensación de estar decepcionando a sus padres.

Existen una serie de factores que influyen en la actitud de los adolescentes hacia la sexualidad. La ilusión de algo bueno, puede tornarse en una experiencia frustrante e, incluso, traumática. Las consecuencias de esto pueden derivar a mediano y largo plazo en disfunciones sexuales, sentimientos negativos hacia la sexualidad, falta de deseo.

Es muy importante fomentar la responsabilidad bien informada, es decir ayudar a los adolescentes a desarrollarse como personas capaces de tomar decisiones razonables, por medio del diálogo y el conocimiento; considerando la necesidad que tienen los adolescentes de vivir y expresar su sexualidad como parte de su desarrollo y crecimiento.

Viviana Sosman, psicóloga de la Universidad Diego Portales, especialista en adolescentes.

Capacidad para conocer y esperar

Estamos en una sociedad en la que los mensajes apelan a la gratificación sensorial y sensual a través del consumo. Se resalta lo brillante, lo rápido, lo nuevo, el cambio. Lo lento se bota y lo estable se descarta. Domina lo resuelto, lo fácil, lo eficiente. Se busca el goce y la inmediatez, en oposición con el esfuerzo y la gratificación del logro paso a paso.

Existe una tremenda exigencia de triunfo permanente, los avances tecnológicos permiten que uno, sin moverse de su casa, pueda comunicarse con personas del otro lado del mundo, lo que implica un enorme avance en velocidad de la comunicación por un lado, pero un cambio importante en cuánto nos enteramos y sabemos del otro.

Detenerse para mirar a otro, distinto, separado de mí, implica por un momento dirigir la mente, detenerse, parar. Calzar zapatos ajenos, ya sea de un hijo, una pareja, un colega requiere esfuerzo mental. Escuchar detenidamente a otro sin inundar con lo propio, implica saber esperar, darse el espacio para sintonizar con ‘el’ alguien diferente, distinto de mí. La tendencia automática es casi no escuchar y suponer lo que el otro siente y piensa, pasando por alto los aspectos ajenos del interlocutor.

Queremos tener las respuestas a la mano para no hacernos cargo de lo que implica no saber, la falta de certeza nos angustia. Desconocer y desde allí ir construyendo una respuesta con propiedad y sustancia requiere la confianza interna: de a poco el puzzle se arma.
Conocer y saber de otro y de nosotros mismos toma tiempo, a veces queremos crecer y llegar al final de la escalera sin darnos el espacio y tiempo de realizar el proceso que implica subir escalón por escalón.

Subir muy rápido puede ser peligroso, se necesita paciencia para llegar ahí donde creemos que queremos estar. Detenerse en un escalón a reflexionar y pensar puede ser una importante inversión, pero estamos tan apurados que se nos olvida disfrutar el transitar de una etapa a otra.
Ir re-conociendo y re-elaborando lo que queremos, en estos tiempos tan apurados, es una lucha contra la corriente de una sociedad que nos empuja a hacer y hacer sin detenernos reflexionar.

Viviana Sosman, psicóloga de la Universidad Diego Portales, especialista en adolescentes.

La difícil tarea de hablar de sexualidad

Ésta es una temática cada vez mas importante de abordar pues, estudios en Chile muestran que el 33% de los adolescentes empieza su actividad sexual entre los 15 y los 18 años, y un 31% la tiene desde los 15 años o menos. Aquí algunas sugerencias que puedan facilitar las cosas.
Es muy importante darles la oportunidad a los jóvenes de hablar de sexualidad cuando ellos lo necesiten, no cuando uno como adulto lo decida. Para ello es importante mantener una comunicación cercana desde la niñez .Estar alerta de lo que los hijos están requiriendo conversar.

A veces, los niños o jóvenes que no preguntan, se están ahogando en dudas, incluso pueden estar siendo expuestos a un abuso sexual. La primera herramienta para combatir el abuso sexual es: la educación sexual y esa responsabilidad de los padres.

El sólo hecho de no estar hablando de sexualidad con los hijos es ya una forma de educación sexual. Durante mucho tiempo hubo la idea de esperar a que fueran los hijos quienes hicieran las primeras preguntas para comenzar a darles educación sexual; hoy se plantea que, los padres abran ese espacio de conversación, como parte de la educación.

Es recomendable buscar las palabras más sencillas para explicar el tema. Tener libros de sexualidad en la casa familiariza y facilita aprender a hablar con naturalidad. Leer libros dirigidos a niños o adolescentes favorece que los adultos conozcan el lenguaje apropiado para llegar de manera más fácil a los hijos. Primero es necesario leer para despejar y discutir las dudas en pareja. Luego, ésta puede ser una actividad que se realice con cada hijo por separado, según su edad y necesidades personales respecto del tema, porque a menudo se requiere privacidad.

Si sólo se gratifica a los hijos cuando hablan de otros temas que no sea el sexual, entonces se le está enseñando que es válido hablar de todo menos de sexualidad. O lo que es peor, los hijos pueden interpretar que, es tan feo o tan sucio, todo lo que tiene que ver con la sexualidad que, por eso, no hay que hablarlo. Esto no impedirá que tengan la experiencia, pero quizás sí les faltará responsabilidad y los conocimientos adecuados. Las personas que tienen autoaceptación, autorespeto y autoconfianza suelen ser aquellas que hacían preguntas y se les respondía; esto les ayudó a tener conocimiento, confianza e ir formando su propio criterio.

Si el tema provoca pudor o como padres les es difícil hablarlo es conveniente que los hijos lo sepan. Esta es una instancia para conocerse mutuamente, por ello es recomendable que, los hijos adolescentes sepan algunas de las dificultades de los padres en estas áreas y la educación sexual que estos recibieron. Sin perder la noción de que se le contará al hijo lo que es necesario para su edad, no se trata de una conversación de amigos.

Es importante decir siempre la verdad. Si no se sabe es fundamental informarse. Muchos padres temen no saber dar respuesta a los cuestionamientos que les hacen. Los hijos saben diferenciar bien, cuándo se está ocultando información y cuándo, de veras no se sabe la respuesta. Puede ser muy nutritivo buscar información juntos. Esta es una manera de ir conociendo en qué está el hijo, que precisa saber, qué lo tiene asustado o confundido, qué teme preguntar. Es fundamental entregar la información que le hace falta al hijo en ese momento, no saturar de conocimientos; hay que ser perceptivo y entregar lo que él está solicitando y necesitando.

Viviana Sosman, psicóloga de la Universidad Diego Portales, especialista en adolescentes.

Desconectados de si mismos

Es frecuente que los jóvenes acudan a la consulta y planteen lo siguiente: “estoy desorientado, revuelto, no sé que estudiar, estoy perdido, no se me ocurre qué voy a hacer, estoy desmotivado.”

La desorientación vocacional, muchas veces, es un síntoma que plantea que lo más probable es que en ese paciente no se ha consolidado, aún, el trabajo de elaboración de la propia identidad; tarea que se desarrolla en forma intensa, durante la etapa nuclear de la adolescencia.

En el último tiempo, los padres han flexibilizado los roles dentro de la familias y se ha avanzado en cercanía e inclusión en el vínculo con los hijos, pero este modelo de crianza ha producido como consecuencia indeseada una falta de diferenciación entre padres e hijos que afecta profundamente el proceso madurativo y la salida al mundo exterior de los hijos, trayendo graves consecuencias en la organización y maduración de sus intereses vocacionales y de su posibilidad de entrega y compromiso con la situación de aprendizaje.

Cuando los padres tratan a sus hijos como iguales o responden a su natural enfrentamiento adolescente en forma simétrica, producen en los hijos un efecto de desubicación que los coloca en un lugar de partida del cual no logran estar verdaderamente motivados para aprender. “Si yo soy tan grande como mis padres, ya sé, por lo tanto no tengo mucho para aprender”. Estudiar en este caso, pasa a ser más una obligación o necesidad impuesta por las dificultades del medio que una verdadera motivación hacia el estudio; los intereses vocacionales que aparecen a partir de allí son frágiles e inconsistentes.

Una de las consecuencias más graves y desconocidas de la simetría en el vínculo entre padres e hijos es la distancia emocional a la que recurren los jóvenes ante la falta de límites, para buscar una protección frente a los impulsos de la adolescencia, que luego los deja distantes y desconectados de sí mismos como para percibir los propios intereses vocacionales.

A partir de allí no pueden percibir con claridad sus propios intereses vocacionales, ni tener un registro claro de sí mismos, ni entusiasmarse, ni apasionarse justamente porque han quedado desconectados.

Si el adolescente no se conoce, le resulta muy difícil tomar una decisión creativa desde adentro, como algo original de si mismo. Se requiere realizar un trabajo psicoterapéutico, para que el joven se vaya entendiendo y reconozca sus distintos aspectos pudiendo diferenciarse de los padres y los compañeros de grupo.

También es necesario ayudar a los padres en asumirse como figuras protectoras y cercanas que permita al joven la salida de las situaciones fóbicas que provoca el aprendizaje. La recuperación del contacto comunicativo con los padres asumiendo las jerarquías y los limites permite la salida de la desconexión emocional y la fantasía de fusión, posibilita la reconexión emocional consigo mismo y la distensión necesaria para poder percibir los propios intereses vocacionales.

La culpa materna como posibilidad de reparación

Muchas veces se experimenta culpa en relación a como se ha actuado o a lo que se siente respecto de los hijos. El mirar las acciones y sentimientos de manera sincera y genuina, otorga una la posibilidad de conocer lo que ocurre internamente con los hijos. Es importante que estos pensamientos y emociones se encaminen a una posición reflexiva, que abra la posiblilidad de cambio.

No se trata de observarse como madre para enjuiciase. La idea es realizar un trabajo comprensivo que despierte los sentimientos amorosos, hacia si mismo, pues son éstos los que darán la fuerza necesaria para enfrentar lo que se siente como un error en la relación con los hijos y genera culpa.

La capacidad de experimentar culpa es propia de la mente humana y es necesario entenderla como una herramienta que abre camino a la reparación. Se puede describir lo que sucede con la culpa como una lucha entre dos aspectos de nuestro mundo interno. Una parte, la consciente, permite el reconocimiento de que se ha actuado (o pensado) mal. Esa es la parte que involucra nuestro razonamiento y la capacidad de ponernos en el lugar del otro.

Y está el otro aspecto, menos consciente (o inconsciente), el de las experiencias y valores incorporados en la niñez , donde residen los ideales en cuanto al tipo de madres que deberíamos ser, que es una madre idealizada, y que a veces se transforma en el juez más exigente y cruel.

A veces los sentimientos de culpa son tan poderosos que las madres buscan, inconscientemente, "pagar" por el daño que, real o imaginariamente, han provocado y se castigan muy severamente.
El dolor mental que provoca el posible daño causado a los hijos puede ser fuente de crecimiento o deterioro. Si la culpa es utilizada sólo para la recriminación está siendo utilizada destructivamente, pues se trata de que ésta ponga en marcha la creatividad para generar cambios en la relación con los hijos.

Ahora bien, la reparación en la relación con los hijos pasa por hacerse cargo de la limitación propia, tomar conciencia de que la mamá no es omnipotente, de que es un ser lleno de limitaciones y que no puede hacer más que lo en ese momento pudo hacer. Es a partir de ahí que, en la mente, se puede indagar en las distintas alternativas de reparación.
Mostrarse como una madre que puede reconocer los errores, sentir culpa y, desde ahí reparar, sin que esto implique generar un fuerte auto reproche, puede ser de gran utilidad para los hijos, pues permite utilizar la culpa como fuente de reparación.